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miércoles, 22 de diciembre de 2010

RUIDOS DE FONDO- ANTONIO MUÑOZ MOLINA

Antonio Muñoz Molina
Escrito en un instante
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dic
19
2010
Éramos unas veinte personas a lo largo de una mesa en el centro de un salón enorme, con columnas de capiteles dorados y techos altísimos, con una acústica que convertía las voces en un estrépito nebuloso, en el que era muy difícil enterarse de algo. A nadie se le escapaba la comicidad de la escena, porque estábamos en una comida organizada por la asociación Juristas contra el Ruido, a la que asistía también un físico que es presidente de la Asociación Española de Acústica, y que a veces movía la cabeza con gestos de desolación. Siempre da gusto encontrarse con gente que se dedica con entusiasmo a hacer algo muy específico, que en este caso tiene también algo de quijotesco: un grupo de abogados venidos de toda España, que tienen en común el empeño de defender a personas a las que el ruido de los demás les hace la vida intolerable: una abuela a la que el ayuntamiento le cuelga cada año durante diez días del balcón los baffles de una caseta popular, una pareja joven con un niño pequeño que no pueden vivir ni dormir por el ruido bárbaro de un bar de copas que hay en la planta baja, un pequeño empresario que ha invertido todos sus ahorros en arreglar una casa antigua en su pueblo para poner un hotel rural, y al que le abren al lado una discoteca sin licencia, etc. Uno de los más jóvenes entre estos abogados es casi un héroe para todos ellos, porque consiguió que el tribunal europeo de derechos humanos le dio la razón a una pobre señora de Valencia a la que le hacía la vida imposible un pub debajo de su casa, en una zona que el propio ayuntamiento había declarado ya de “saturación acústica”.

Según nos cuentan, la disputa no es entre gente aburrida y gente que quiere divertirse, sino, abrumadoramente, entre poderosos empresarios de hostelería y personas indefensas. En algunos casos, algunas de ellas retiran las demandas no ya porque los ayuntamientos o los jueces no hagan ningún caso, sino porque reciben amenazas personales. Hay mucha mafia en los negocios de diversión nocturna. La corrupción, la demagogia y la incompetencia se alían perfectamente en el desamparo de los ciudadanos.

Estos juristas animosos y conversadores nos han invitado a comer porque acaban de darle su premio anual a Elvira, por un artículo de hace unos meses que se titulaba “Con ruido no veo”, aprovechando un aforismo de Juan Ramón Jiménez, que amaba tanto el raro bien del silencio. Uno de los abogados, que tiene mala la cara, nos cuenta que no ha podido dormir en toda la noche, porque hubo hasta las tantas una fiesta en este mismo hotel en el que todos ellos se alojan. “A las cuatro de la mañana estaba llamando a la policía municipal. Será ya deformación profesional”, dice, como disculpándose. En la sala de acústica imposible las voces se pierden o reverberan y los aplausos nos dejan un poco sordos. Pero quizás en un país como España la sordera no dejaría de ser de vez en cuando

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